La espiritualidad del voluntario
Os dejamos el texto de la charla que impartió Xavier Quinzà, S.J., a los voluntarios de la Delegación de Pastoral Penitenciaria de Zaragoza:
Mirar la realidad con los ojos de Dios
“La realidad” es un concepto muy amplio. Pretender abarcarla con una sola mirada es un objetivo ambicioso y probablemente imposible. Y, sin embargo, hay que intentar mirar de la manera más amplia posible al mundo en el que vivimos. Aun sabiendo que nuestra mirada es selectiva y subjetiva. Que interpreta de acuerdo con la educación recibida, con las herramientas intelectuales que cada uno tenemos, y hasta con los intereses que a cada uno nos mueven.
En la encarnación, es decir, la opción concreta de Dios por hacerse uno de los nuestros para reconciliar al mundo consigo, nace de la mirada sobre un mundo complejo y herido; un mundo hermoso y lleno de posibilidades, pero en el que la belleza está atravesada por heridas y decisiones que hacen que, desgraciadamente, para demasiadas personas, la realidad se asemeje más a un infierno que a un paraíso.
Atreverse a mirar tratando de omprender
Miramos para no ser ciegos. Para no equivocar las prioridades a la hora de tomar decisiones. Para no pasar por el mundo encerrados en burbujas que nos aíslen a unos de otros, encastillados en escenarios confortables pero incompletos. Demasiados discursos hoy en día enarbolan todas las banderas sin militar bajo ninguna. Demasiados eslóganes se construyen sumando todas las causas sin distinguir unas de otras. Hay incontables llamadas al compromiso que no echan raíz.
Por todo eso es necesario contemplar nuestro mundo -y nuestro contexto- con la mirada más atenta posible. Es necesario preguntarnos por la realidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Más específicamente, de nuestro contexto de la pastoral penitenciaria. Mirar no basta, pero es necesario si queremos encaminar después nuestros pasos (personales e institucionales) en la dirección más evangélica.
¿Quién y porqué debemos ampliar la mirada?
En primer lugar: para recuperar perspectiva. Porque, a menudo, envueltos en el ritmo vertiginoso, urgidos por inercias y obligaciones personales e institucionales, se nos van el tiempo y las fuerzas en ir resolviendo los retos de cada día. Peleamos por solucionar problemas. Nos esforzamos por ir sacando adelante la misión. Nos volcamos en la labor concreta, pastoral, social, con todas las exigencias que tiene en estos tiempos. Pero, si uno se descuida, el ritmo y la urgencia impiden ver el conjunto. Y hoy es necesario recuperar esa mirada más amplia.
Para poder orientar nuestros pasos -personales e institucionales- hacia un mañana en el que nuestra misión sea, al tiempo, posible y necesaria, atendiendo a los criterios del bien más universal y mayor-. Y para redimensionar nuestra labor, respondiendo a los retos que nos plantea la sociedad del siglo XXI, en una Iglesia cuyo papel ha cambiado enormemente en las últimas décadas.
Se trata de tomar distancia para adquirir perspectiva, de dar un paso atrás para tomar impulso, de mirar la realidad buscando esa libertad interior para tomar las decisiones necesarias en este presente inmediato. Se trata, en definitiva, de ponernos en una actitud contemplativa, confiando en que el Espíritu despierte en nosotros una mirada compasiva, implicada, positiva y humilde.
Respecto al quién: cada uno de nosotros necesitamos hacer el esfuerzo por asomarnos al mundo en el que vivimos. He ahí un compromiso personal intransferible. Pero, al tiempo, esa mirada se complementa con otras. Porque distintas perspectivas ayudan a evitar interpretaciones planas de la realidad. Porque ninguno estamos en posición de abarcar toda la realidad, y por eso, compartir y escuchar otras interpretaciones, otras intuiciones y otras lecturas de lo que ocurre es también necesario.
Todos juntos, unos y otros, tenemos una enorme riqueza de perspectivas. Somos religiosos y laicos colaborando en una misión compartida. Somos hombres y mujeres, de distintas edades, diversas sensibilidades, que trabajamos en diferentes proyectos, obras e instituciones.
Es más, somos parte de una Iglesia plural, y estamos enraizados en una sociedad compleja. Ojalá nuestra reflexión pueda enriquecerse también con las miradas y sensibilidades de otros. Si somos capaces de combinar esa pluralidad de perspectivas para percibir con detalle el mundo en el que se desarrolla nuestra misión, eso puede hacer que dicha misión sea más evangélica.
Sin embargo, por amplia que sea nuestra perspectiva, también hemos de reconocer -para evitar grandilocuentes discursos- que ninguna contemplación de la realidad lo abarca todo. Hemos de reconocer que «la realidad» a la que vamos a asomarnos es, tan solo, una parte de nuestra sociedad, de nuestra cultura, y de la gente.
Será una realidad lejana, cuando en ocasiones nuestra mirada eleve el vuelo y nos lleve a intentar describir -quizás con demasiada ambición- dinámicas y realidades de este mundo amplio y complejo. Y será una realidad cercana, cuando intentemos concretar y describir lo que nos rodea y los escenarios en los que estamos habitualmente comprometidos. Todo está interrelacionado en este mundo global, pero probablemente tenemos que intentar deshacer la madeja empezando por algún lugar, para llegar hasta donde sepamos. Con ganas de llegar lo más lejos que podamos, pero también conscientes de nuestros límites.
La mirada reciente de nuestra Iglesia
Una Iglesia, comprometida con el mundo. Nuestra mirada, y nuestra misión, es parte de la misión de la Iglesia. El papa Francisco ha publicado, durante los últimos años, cuatro documentos de especial relevancia por su mirada a la realidad. Muchas de las cuestiones que aparecerán en esta «contemplación de la realidad» se hacen eco de algunas de las dinámicas apuntadas por Francisco, y por otros papas y escritos a los que él se remite en esos documentos.
En 2013 publicó la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG), en la que habla de la alegría de evangelizar. Mucho de lo que propone nace de una mirada contemplativa al mundo. Así, dedica amplias secciones a revisar los desafíos del mundo actual, entre ellos la economía de la exclusión, la idolatría del dinero, la inequidad, o desafíos culturales propios de este siglo XXI (EG 52-75). En el mismo documento insiste en la mirada a la pobreza al hablar de la dimensión social de la evangelización (EG 186-216).
Toda la encíclica Laudato Si´(LS), publicada en 2015, nace de una mirada comprometida con la creación, y de la propuesta de una ecología integral, que no puede entenderse sin mirar la situación de la humanidad en nuestro mundo. En la encíclica Francisco contempla la belleza y las posibilidades del mundo, pero mira también a algunas de sus heridas, entre ellas, la contaminación y cambio climático, la cuestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social, o la inequidad (LS 17-47). Analiza además la raíz humana de la crisis ecológica, citando la tecnología, el paradigma tecnocrático o el antropocentrismo moderno como causas de dicha crisis (LS 79-101).
En Amoris Laetitia (AL), la exhortación apostólica postsinodal, publicada en 2016, tras los sínodos de la familia, si bien el enfoque es más propositivo, dirigido a las familias cristianas, también hay una mirada descriptiva a algunas dinámicas del mundo contemporáneo. Especialmente, todo el capítulo segundo, en el que se trata de describir la realidad y desafíos que afrontan hoy las familias contemporáneas (AL 31-57). Ideas como el individualismo exasperado, el ritmo de vida actual, el peligro de una libertad sin raíz, la cultura de lo provisorio, la soledad del mundo contemporáneo, la explotación sexual de la infancia o la desigualdad de hombres y mujeres se describen en estas páginas con profundidad y realismo.
Por último, en Gaudete et Exsultate (GE), del 2018, se propone una llamada a la santidad en el mundo contemporáneo. Aunque se trata de una exhortación más centrada en la vida cristiana, también hay algunas pinceladas sobre el mundo contemporáneo. Y, sobre todo, ayuda a que nuestra contemplación también apunte a dinámicas internas de la propia iglesia. En concreto, su reflexión sobre el gnosticismo y el pelagianismo actual (GE 36-62) y su denuncia de las ideologías que mutilan el corazón del evangelio (GE,100-103).
Cuatro actitudes de una espiritualidad del voluntario
La gratitud y la generosidad debería estar siempre presente en nuestra sensibilidad ante la realidad. Hoy también es tiempo de gracia, y es necesario insistir en ello para no caer en miradas catastróficas a nuestro mundo. Hay mucho bien en nuestro mundo, en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia. Y, si bien ello no nos debe hacer caer en la complacencia, tampoco deberíamos caer en el extremo opuesto de ser únicamente testigos de calamidades Tendríamos que evitar caer en discursos catastrofistas o en la cultura de la queja. La gratitud está en el corazón de la mirada ignaciana a la realidad (que es el examen).
La sabiduría es la capacidad de buscar profundidad. No conformarnos con eslóganes o modas. Tenemos el reto de poner nuestros talentos y nuestras instituciones al servicio del evangelio en este mundo. Pero para ello hace falta no racanear ni quedarnos en la superficie de la realidad. El voluntariado consciente y bien formado es hoy un camino irrenunciable en nuestra forma de servir, precisamente porque vivimos en un mundo donde la reflexión se va dejando de lado, sustituida por la emoción y la llamada posverdad.
La profecía sigue siendo hoy necesaria. Hacen falta voces que denuncien, candiles que pongan luz en la realidad invisible de tantas personas hoy. Hacen falta testigos, capaces de valorar, con esperanza, lo que funciona, pero también denunciar, con valentía, lo que no. Y no es que no los haya. Hay profetas, y hay voces cargadas de razones y de esperanza. Pero, hay que apoyarlos y hacerse eco de sus llamadas. Y, ojalá, hay que sumarse a su profecía. No deberíamos conformarnos con ser cómodos en una sociedad acomodada. Hace falta recuperar el coraje.
Amplitud de miras y paciencia. Hay una tensión que siempre va a estar ahí. El grano de trigo ha de caer en una tierra concreta para dar fruto. Esa es la mirada local. Al contexto y realidad específica a la que seamos enviados. Pero al tiempo estamos enviados a un mundo amplio, y no deberíamos perder de vista la realidad lo más amplia posible, que siempre devuelve perspectiva y nos ayuda a reubicarnos. Hoy, en este mundo global e interconectado, tenemos la posibilidad de una mirada universal y fraternal y de un trabajo en red para el que todavía necesitamos prepararnos.
Una mirada voluntaria y también apostólica
Este epígrafe podría titularse también dinámicas propias, nuestras. Tantos hombres y mujeres que, en nuestros contextos, proyectos, e instituciones, compartimos preocupación, inquietud y espiritualidad que nos lleva a todos a tener, sobre este mundo, una mirada apostólica. La de quien sigue queriendo compartir el camino de Jesús para trabajar por el Reino, aquí y ahora.
Lo primero que hay que señalar es que nosotros no somos una isla de sentido, perfección y criterio en medio de un mundo problemático. También nosotros participamos de las dinámicas de una sociedad que oscila entre la novedad y el descoloque. También a nosotros nos fallan a veces los apoyos para construirnos como gente sólida, pero al mismo tiempo compartimos la creatividad, la ilusión y la novedad de nuestro tiempo. También nosotros somos Iglesia, y compartimos todas sus tensiones y sus contradicciones. También a nosotros, a veces, se nos va la fuerza en palabras que dominamos con soltura, pero que no se corresponden con la realidad con la coherencia que nos gustaría. Y también nosotros en ocasiones peleamos por acoger y mantener la fe en un mundo donde esa fe es problemática, y donde nosotros mismos nos vemos zarandeados a veces por las preguntas sobre Dios y sobre la Iglesia de la que somos parte.
Nos está tocando un tiempo de transformación interna del voluntariado. Mirar al presente y al futuro. Ganar libertad respecto a modos de pensar consolidados que, sin embargo, hemos de ver con perspectiva y libertad, para que la tradición sea una ayuda para continuar un camino, y no una losa que lo comprometa. Que los medios no se transformen en fines y que los fines realmente ayuden a la misión
Se nos propone una especial insistencia en la reconciliación. Se entiende bien esta idea al hilo de la cantidad de tensiones, abismos y fracturas de nuestro mundo. A los voluntarios, nos toca descubrir caminos para el encuentro y para el diálogo en un mundo donde demasiadas personas y grupos están aislados e incomunicados. Pero, al mismo tiempo, debemos mantener la capacidad de una mirada esperanzada. Porque el mundo no es todo problemático. También hemos ido desgranando luces, caminos que parecen apuntar hacia horizontes nuevos, y dinámicas donde se adivinan mejoras y libertad.
Nos toca también encontrar nuestra manera de estar con y trabajar para los pobres hoy. En un mundo donde mucho de lo que antes hacía solo la Iglesia hoy lo hacen los estados o agentes de la sociedad civil ¿debemos conformarnos con ser uno más entre esos actores, o aún debemos seguir buscando más allá, nuevas fronteras en las que seguir descubriendo y proponiendo el corazón del evangelio a los más rotos de nuestro mundo?
Buena parte de lo señalado en las páginas anteriores tiene que ver con aprender a conocer el mundo en el que vivimos, con descubrir, en ese mundo, nuestro lugar, y con formular proyectos de vida (personales e institucionales). Nuestra labor en el mundo del voluntariado es fundamental para esto, y nuestro apoyo en la pastoral penitenciaria también.
La espiritualidad como un camino de vitalidad
Por último, la espiritualidad sigue siendo hoy un camino de enorme vitalidad para proponer una mirada creyente al mundo y para aprender a leer las historias personales buscando la voluntad de Dios. En las últimas décadas la espiritualidad se ha convertido en algo propuesto en infinidad de contextos y con diversidad de formatos. Probablemente ahí seguimos teniendo el reto de poner dicha espiritualidad al servicio de la Iglesia y del pueblo de Dios hoy.
Al final de un recorrido como este, quizás lo que necesitamos es volvernos a la fuente de la que mana esta realidad -compleja y herida, pero bella y llena de posibilidades-. Esa fuente es Dios. O mirar al horizonte hacia el que creemos que esa realidad -creación que está en marcha- avanza. Allá, al otro lado del horizonte, nos espera Dios.
Y esto es lo que, en definitiva, le da sentido a nuestra mirada. Como nos invita a hacer Ignacio en la Contemplación para alcanzar amor de sus ejercicios espirituales, bueno es recordar que todo desciende de arriba, que Dios habita en esta realidad -aunque a veces nos cueste verlo-. No solo habita, sino que trabaja en ella -y ahí nuestra llamada es a colaborar con Su proyecto- y que al final, lo que nos queda es volvernos a Él y ponerlo todo en sus manos. En ello estamos.
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