Celebración del Domingo de Ramos
La Delegación Diocesana de Pastoral Penitenciaria de Sevilla comparte con nosotros la celebración de la Eucaristía del Domingo de Ramos que ha preparado en este año de la misericordia. Les agradecemos mucho que nos hayan hecho llegar este material que ponemos a disposición de todos.
Delegación Diocesana de Pastoral Penitenciaria de Sevilla
Orando con los pres@s
Abrazados en la Misericordia
1. ENTRADA
Bienvenidos herman@s a esta eucaristía especial del Domingo de Ramos con la que iniciamos la Semana Santa: los días en que celebramos la entrega, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Durante la Cuaresma nos hemos ido preparando para que estos acontecimientos no sean sólo algo del pasado, sino momento presente al que nos unimos existencialmente, como comunidad cristiana, desde la fe. En este día en que conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén aclamado por la gente y acompañado con ramos, percibimos las dos caras principales del Misterio Pascual: la vida, mediante la procesión con los ramos en honor de Cristo, nuestro Rey, y la muerte, a través del relato evangélico de la Pasión. Aquí, en la cárcel, se revive en cada preso el proceso de la detención, las acusaciones falsas, el juicio injusto y amañado por los poderes políticos y religiosos, la condena cobarde y cruel, toda una pasión encarnada en cada hombre y mujer que sufre la prisión. Las cruces que nosotros nos cargamos en la vida, las cruces que nos echa encima la sociedad, las cruces que nos caen de dónde nos vienen, esas cruces deben ser para nosotros, cruces liberadoras y redentoras, como lo fue la cruz de Cristo para nosotros.
Participemos en la procesión y la Eucaristía de este día: acompañemos a Jesús en su entrada en Jerusalén; vivamos con Él su Pascua: su muerte y su resurrección. Que nuestro testimonio de fe haga decir: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Encaremos la Semana Santa haciendo nuestro el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad.
2. ORACIÓN DE LA BENDICIÓN DE LOS RAMOS
Oh Dios de la vida:
Venimos hoy ante ti con ramos verdes,
símbolos de vida y juventud,
y símbolos de Jesús,
que se llamó a sí mismo “árbol verde”.
Bendícenos, y bendice (+) estos ramos
que portamos en nuestras manos.
Que estos ramos aclamen a Cristo como a nuestro Señor, que nos trae plenitud de vida,
aun cuando tengamos que caminar con él
por el difícil camino del sufrimiento y de la muerte
hacia la victoria final.
Te lo pedimos por medio del mismo Jesucristo
nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos.
3. PROCESIÓN DE LAS PALMAS
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 19, 28, 40
En aquel tiempo Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos diciéndoles: Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: ¿por qué lo desatáis?, contestadle: el Señor lo necesita. Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban al borrico los dueños les preguntaron: ¿Por qué desatáis al borrico? Ellos contestaron: El Señor lo necesita. Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar. Según iba avanzando la gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo: ¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto. Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él replicó: Os digo, que si éstos callan, gritarán las piedras. Cuando se fue acercando, al ver la ciudad, lloró por ella, y dijo: ¡Si en este día comprendieras tú también los caminos de la paz! Pero tus ojos siguen cerrados. Pues llegará un día en que tus enemigos te rodearán con trincheras, te cercarán y te acosarán por todas partes; te pisotearán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán piedra sobre piedra en tu recinto, por no haber reconocido el momento en que Dios ha venido a salvarte.
Palabra del Señor
PRIMERA LECTURA: LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 50, 4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios
Salmo responsorial (Sal 21)
DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?
Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere». R/
Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R/
Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel. R/
SEGUNDA LECTURA: LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 2, 6-11
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble –en el cielo, en la tierra, en el abismo–, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS (22, 14-23, 56)
PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO EN LA CÁRCEL (Pedro Fernández Alejo)
Decimos en el credo de los apóstoles que Jesús “descendió a los infiernos”. ¿Dónde está ese “lugar”, ese infierno? Es fácil inventarnos una teoría o doctrina filosófico-teológica para ubicar, no se sabe dónde, ese infierno. Yo entiendo que Cristo bajó y tocó hasta lo más hondo la experiencia del verdadero infierno humano. Cristo gustó el amargo sabor de la soledad, el desprecio de sus familiares, la pobreza, el hambre, la marginación, el insulto, la amenaza de muerte permanente, el desprecio y persecución de los autosuficientes políticos y religiosos, el descrédito, la humillación, la traición y la negación, la detención humillante, el encarcelamiento y la tortura, el juicio amañado, injusto e inmoral, la condena a muerte despiadada y sin razones, el abandono de gran parte de los suyos, la muerte en soledad y gritando esa soledad y abandono ante el Padre. Jesús tocó fondo en esa lucha interior que mantuvo consigo mismo y con el Padre en el huerto de los olivos; una lucha que le llevó a las lágrimas y a que su organismo reventara a través de ese sudor como gotas de sangre que bañaba todo su cuerpo. Esa tensión que vivió Jesús fue la lucha entre la fuerza del infierno, de tener que aceptar la cruz, la destrucción de su vida y su cuerpo en aras de la redención de la humanidad desde su muerte y resurrección.
Ése es el único infierno en el que yo creo y que, con Jesús, están sufriendo y padeciendo tantos seres humanos en el mundo, especialmente, tantos hermanos nuestros que están privados de libertad, que sufren la cautividad y la esclavitud en cualquiera de sus formas más sangrantes.
Jesús, con su muerte y resurrección nos sacó y rescató de ese infierno. Pues él, que era Dios, se hizo esclavo, para vivir, sentir y sufrir la experiencia de los esclavos, de los “sin derechos”, de los que no son “nadie”, de los pisoteados, manipulados y humillados de la historia.
La crucifixión sigue utilizándose en el momento actual con mil maneras y expresiones diferentes. Los mecanismos de tortura física y psicológica son muy variados. Y la cárcel, aunque sea nuestro modelo arquitectónico tan sofisticado que se parece más un “hotel de cinco rejas”, sigue siendo un elemento de tortura psicológica, no siempre carente de tortura física en algún momento. Toda privación de libertad no deja de ser una especie de crucifixión, aferrando, amarrando entre hierros y puertas de seguridad a todos los que la ley considera culpables de algún delito.
La figura del Siervo de Yahvé, que nos narra Isaías, ofrece a esta situación de la experiencia de prisión un matiz muy interesante, pues la realidad de la pérdida de la libertad, en muchas situaciones y lugares, es lo más parecido a padecer los mismos o similares síntomas que Isaías nos narra del Siervo sufriente, del varón de dolores. Cada preso o presa es un hombre o una mujer marcados por el dolor, por la anulación de su dignidad y sus derechos, de rostro y espíritu nada atrayente, desfigurado en su condición de persona. “Desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano,… lo vimos sin rostro atrayente”. A la fealdad de la pobreza, de la carencia, de soledad y el abandono, se añade el horror de, en muchos casos, haber perdido la dignidad. Por eso el preso es para la sociedad como una especie de apestado, “muchos se espantaron del él”, “y ante él se ocultan los rostros”.
Jon Sobrino presenta una reflexión interesante aplicando la realidad de América Latina como “pueblo crucificado” al siervo de Yahvé. También en nuestras cárceles, sobre todo las del Tercer Mundo, encontramos toda una “legión”, todo un pueblo de víctimas, de crucificados. Muchos de ellos, víctimas de estructuras humanas, sociales, políticas y económicas sobradamente injustas. Víctimas de la pobreza cultural y económica, carente de valores, presa de todo tipo de desgracias. Y, para colmo, muchísimos detenidos, padecen la misma suerte que el Siervo de Yahvé, que “se lo llevaron sin defensa, sin justicia”.
En la octava estación del Vía Crucis, “Jesús es clavado en la cruz”, un preso oraba diciendo:
Todavía hoy, Señor, siguen crucificando a tus hijos. A unos justamente, a otros injustamente. Pero la justicia de los hombres no tiene nada que ver con tu justicia. Tú prefieres la misericordia y el perdón, la indulgencia y el indulto a la severidad de la ley, a la ejecución de la sentencia.
Acuérdate, Señor, de todos los crucificados de la tierra, especialmente, de los más inocentes, de los pobres indefensos, a los que nadie defiende y nadie se acuerda de ellos.
Sería bueno que, de vez en cuando, practicáramos alguna “terapia” o dinámica intentando meternos en el pellejo de un esclavo, de un preso, de un sin techo, de un marginal, de un crucificado. Y que, esa dinámica, la realizásemos con un grupo de presos en la cárcel, a ser posible, con los presos más difíciles, conflictivos, desestructurados, física y mentalmente. Sería una buena terapia que nos llevaría a empatizar de tal forma con “su” vida que llegaríamos a meternos hasta el fondo de su propia experiencia de nulidad, de vacío, de sufrimiento, de abandono, de “infierno”. A buen seguro que, en la medida en que nos vayamos metiendo en su infierno, sentiremos una sensación tan desagradable, tan repugnante, que llegaríamos a la conclusión que nosotros, o muchos de nosotros, no la hubiéramos soportado.
Relato a continuación la escena de la segunda estación del Vía Crucis, “Jesús es detenido e interrogado”, elaborada por un interno de la cárcel de Alhaurín de la Torre (Málaga):
¡Qué mecanismos tan retorcidos utiliza el hombre, las instituciones, para humillar y hacer sufrir!
Jesús fue utilizado como una marioneta entre el poder religioso y el poder civil. Acusaciones de delitos inexistentes, pruebas falsas, falsos testigos. Jesús no tuvo un juicio justo, no tuvo ninguna garantía en su proceso. Todo fue una farsa, una pura comedia, tramado por los jefes religiosos de Israel. La sentencia ya la tenían dictada. Pilatos está lleno de buena voluntad y parece descubrir la inocencia de Jesús, pero es cobarde y ambicioso, y cede ante las presiones de los Sumos Sacerdotes, del Sanedrín y demás jefes religiosos, que terminaron por manipular el juicio hasta conseguir su propósito: dar muerte a Jesús, el Nazareno, por blasfemo.
La tortura psicológica del interrogatorio acabó con una de las torturas físicas más crueles y mortales: los cuarenta latigazos. ¡Cuántos métodos inhumanos se emplean para sacar la verdad o hacer confesar al detenido! ¡Cuánta manipulación sigue existiendo en la Administración de Justicia, donde los pobres seguimos soportando toda la dureza y el peso de la ley! ¡Cuánta tortura psicológica y malos tratos, desprecios, insultos, humillaciones y vejaciones tenemos que sufrir al paso de los distintos estamentos del sistema policial y judicial!
Señor, contigo nos identificamos. Danos fuerzas para no desfallecer. Tú nos das ejemplo. Que no caigamos en la trampa de la provocación, de responder con violencia. Que sepamos perdonar, que defendamos la verdad y nuestra dignidad. Que tú seas nuestro sostén y nuestra liberación.
RESPUESTA: SEÑOR, SALVANOS POR TU MISERICORDIA
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Señor Jesús, Salvador nuestro, mientras nos unimos a tu agonía y sufrimos contigo, te rogamos por todos los que hoy están siendo víctimas de injusticias y crueldades. OREMOS:
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Señor Jesús, que viviste el infierno en tu pasión, te rogamos por todos los que sufren condena en las cárceles, por los esclavos y cautivos. OREMOS
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Señor Jesús, negado y abandonado por los tuyos, acuérdate de los que no tienen voz, de los silenciados, de los ignorados, abandonados y despreciados por los suyos, en especial los niños y los mayores. Oremos.
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Señor Jesús, te pedimos para que se acaben los jueces injustos, corruptos y vendidos al dinero o las ideologías. Oremos
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Señor Jesús, te pedimos por todos los que son torturados y despreciados en su dignidad humana y que soportan cruces pesadas de injusticia y maldad. Oremos
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Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, dales vida, esperanza y libertad a los están sumidos en la muerte y y angustia vital. Oremos.
No es lo peor esta cruz horrorosa,
no es lo peor el cáncer, la silla de ruedas,
la cárcel injusta, la tortura, la exclusión y la pobreza.
Lo peor es el vacío del alma, el sinsentido, el no tener razones, la tiniebla, el no saber para qué sirve todo eso, la duda radical de la existencia.
Entonces, si Dios no existe, si no existen utopías y poetas, si todo es relativo, cuestión de suerte,
¿para qué esa estúpida palabra: la paciencia?
¿por qué tengo yo que resignarme?
¿para qué se quieren mártires y profetas?
Dios mío, tu lejanía y tu silencio
son el peor tormento de la tierra.
Acércate, por favor, repíteme tu palabra,
dime una vez más: Hijo mío, no temas;
tu lucha y dolor son semillas
que tienen valor de vida nueva.
Sí, Padre, ya te escucho, ya te siento.
Si, Padre, repítelo con fuerza.
Sí, Padre, me pongo en tus divinas manos.
Sí, Padre, haz de mí lo que Tú quieras.
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