Sexta obra de misericordia
Mons. Ángel Pérez Pueyo ¡Socorrer a los presos!
«Estuve en la cárcel —según relata Mateo en su evangelio— y vinisteis a verme». Es la sexta obra corporal de misericordia. Una cárcel no es un lugar al que se vaya voluntaria y gustosamente. A no ser que uno integre esa «patrulla» cualificada de voluntarios que visitan a los presos o sea uno de los capellanes destinado a ejercer su ministerio pastoral con los reclusos.
En la cárcel puede captarse pobreza material e indigencia espiritual y psicológica. De esto fui testigo en las dos visitas que hice a la cárcel del Rodeo II en Venezuela. Siendo Director General de los Sacerdotes Operarios diocesanos acompañé a Domingo Riera, capellán. Ha sido, sin duda, la experiencia pastoral más fuerte y evangélica que he vivido. Quedé profundamente conmovido. Como nunca, experimenté la «ternura de Dios», su amor misericordioso que es más fuerte que los delitos que alguien haya podido cometer. Dios restituye a cada uno su dignidad personal, su condición de hijo muy querido, tantas veces falto de cariño y reconocimiento, que definitivamente se tiene por «perdido» y «proscrito», convencido de que nadie le va a perdonar. Cuando los presos, o los que han salido de la cárcel, son atendidos por la Iglesia, experimentan que Dios puede restaurar su vida y su esperanza, que sana sus heridas y adicciones, que hace madurar y ayuda a levantar la mirada del que se siente avergonzado… Sólo la Misericordia de Dios es capaz de hacer este milagro.
Los obispos de Aragón me han encargado la coordinación de la pastoral penitenciaria en nuestra región eclesiástica. Lo primero que hice fue llamar asustado al responsable de la Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española, pidiéndole consejo, orientación y aliento. Necesitaba saber cómo debía actuar para llevar a los presos de Zuera, de Daroca y Teruel el cariño de toda la comunidad eclesial de Aragón y que no se sintieran solos ni abandonados.
“La pastoral penitenciaria es mediadora de la misericordia de Dios”, me dijo. “El preso está necesitado de la misericordia de Dios porque necesita amor y perdón. Tenemos la gran responsabilidad de llevar esa misericordia a las cárceles para que los presos experimenten el amor de Dios en su vida. Todos deben sentir que Dios perdona, acompaña y ama”.
Muchos de los internos tienen su primera experiencia de fe en la cárcel. Son los “hijos pródigos” que vuelven a la casa del Padre, descubren que siempre les ha estado esperando con los brazos abiertos de Padre y que cuando “van a confesar sus horribles pecados” la respuesta de Dios es un “abrazo misericordioso.
El voluntario es el rostro de la ternura, de la caricia de Dios en la cárcel. Es el que abraza, no pregunta, no cuestiona, no duda del preso, lo mira, lo llama y camina con él hacia dentro, hacia la casa del Padre, a celebrar la fiesta del hijo que ha vuelto, es el amor de Dios encarnado en el preso.
Ojalá sepa estar a la altura de estos hermanos nuestros, más frágiles y vulnerables. Necesitaré, una vez más, vuestra oración y vuestra inestimable colaboración.
Con mi afecto y bendición
+ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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